Philip K. Dick
Ubik, Ed. F. de Ideas, 2000.
Si se puede aplicar, dentro de la literatura de ciencia ficción contemporánea, el tan mentado arquetipo del genio lindante con la locura, no hay ejemplo más reseñable que el de Philip K. Dick. Conocido para el gran público por su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la materia prima de la película Blade Runner (Ridley Scott, 1982) no es sino en obras como Ubik donde se desata toda su enfebrecida visión literaria. El argumento (un grupo encallado en la Luna tras un accidente, sujeto a las inextricables vueltas de tuerca dickianas sobre su estado real), es casi mera anécdota frente al despliegue discursivo que subyace, marcado por la profunda incertidumbre que inunda la vida y la muerte. Su famosa galería de personajes y el ritmo narrativo, encauzado bajo un esquema opresivo en el que se niega al lector la posibilidad ontológica de saber qué es real y qué deja de serlo, resumen una de las mejores obras de la ciencia ficción del siglo XX.
Guy Endore
El hombre lobo de París, Ed. Jaguar, 2004.
He aquí que el hombre lobo, uno de los mitos clásicos del terror occidental junto a Drácula o el monstruo de Frankenstein, no parecía haber recibido concomitancia literaria, a diferencia de tales adláteres, en una novela gestacional. Error. Si bien privado de la entidad de las obras de Stoker o Shelley, el clásico que se ocupa de esta figura no es otro que este libro de Guy Endore. Publicado en 1933, se encontraba inédito en castellano (tan sólo un ejemplo de tantos en la minusvalía cultural de este país), siendo un texto cuya ambición dramática y cohesión narrativa resultan más que remarcables. Ambientada en el París de mediados del XIX, durante el periodo de la guerra franco-prusiana, los crímenes perpetrados por el hombre lobo reciben un buen marco conductor en el retrato de la sociedad francesa de la época, tan bien recreada que quizá acaba desdibujando el trasfondo puramente licantrópico de la novela.
William Faulkner
Santuario, Ed. Alfaguara, 2006.
Mucho se ha hablado acerca de la prosa de Faulkner, divinizada por algunos como la característica más relevante del escritor de Mississippi. Bajo mi punto de vista, sus interminables frases, laberínticas y serpentinas, no representan sino uno de los lastres importantes de su estilo, en claro demérito frente a su asombrosa capacidad para desarrollar el drama psicológico hasta profundidades insondables o la modernidad técnica de que hace gala en la mayor parte de su obra. No obstante, en una de sus novelas más conocidas, Santuario, su estilo recargado y plomizo sirve bien para contar la historia de una estudiante frívola y sus avatares en el viejo caserón, lleno de sórdidos personajes, donde va a parar gracias a la más estúpida de las casualidades. En torno a ella se teje, morosamente, una lenta intriga en la que pronto confluirán el asesinato y la violación. El ritmo exasperante de las frases de Faulkner representa el marco idóneo.
Georges Bataille
Mi madre, Ed. Tusquets, 1980
Extraña pieza narrativa, parcialmente disgregada, sin una finalización clara y pergeñada en un estilo abocetado, en el que abundan las contradicciones, los cambios inexplicables de tiempos verbales y demás irregularidades, Mi madre no deja de ser un librito delicioso y todo un catalizador de lo que podríamos denominar la esencia Bataille. En origen perteneciente a una serie de cuatro libros ideados en prolongación de Madame Edwarda, la novela narra el paulatino e inexorable proceso de corrupción de un adolescente a manos de su madre, una femme que encarna en ocasiones un estadio abismal casi sublime. Se trata de una obra destacada, ya que en ella, al igual que en Historia del Ojo, Bataille nos revela la plenitud de un autor verdaderamente subversivo, en tanto que catalizador de excesos y situaciones extremas que abocan al lector a avistar el reflejo prismático del más puro delirio.
Ubik, Ed. F. de Ideas, 2000.
Si se puede aplicar, dentro de la literatura de ciencia ficción contemporánea, el tan mentado arquetipo del genio lindante con la locura, no hay ejemplo más reseñable que el de Philip K. Dick. Conocido para el gran público por su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la materia prima de la película Blade Runner (Ridley Scott, 1982) no es sino en obras como Ubik donde se desata toda su enfebrecida visión literaria. El argumento (un grupo encallado en la Luna tras un accidente, sujeto a las inextricables vueltas de tuerca dickianas sobre su estado real), es casi mera anécdota frente al despliegue discursivo que subyace, marcado por la profunda incertidumbre que inunda la vida y la muerte. Su famosa galería de personajes y el ritmo narrativo, encauzado bajo un esquema opresivo en el que se niega al lector la posibilidad ontológica de saber qué es real y qué deja de serlo, resumen una de las mejores obras de la ciencia ficción del siglo XX.
Guy Endore
El hombre lobo de París, Ed. Jaguar, 2004.
He aquí que el hombre lobo, uno de los mitos clásicos del terror occidental junto a Drácula o el monstruo de Frankenstein, no parecía haber recibido concomitancia literaria, a diferencia de tales adláteres, en una novela gestacional. Error. Si bien privado de la entidad de las obras de Stoker o Shelley, el clásico que se ocupa de esta figura no es otro que este libro de Guy Endore. Publicado en 1933, se encontraba inédito en castellano (tan sólo un ejemplo de tantos en la minusvalía cultural de este país), siendo un texto cuya ambición dramática y cohesión narrativa resultan más que remarcables. Ambientada en el París de mediados del XIX, durante el periodo de la guerra franco-prusiana, los crímenes perpetrados por el hombre lobo reciben un buen marco conductor en el retrato de la sociedad francesa de la época, tan bien recreada que quizá acaba desdibujando el trasfondo puramente licantrópico de la novela.
William Faulkner
Santuario, Ed. Alfaguara, 2006.
Mucho se ha hablado acerca de la prosa de Faulkner, divinizada por algunos como la característica más relevante del escritor de Mississippi. Bajo mi punto de vista, sus interminables frases, laberínticas y serpentinas, no representan sino uno de los lastres importantes de su estilo, en claro demérito frente a su asombrosa capacidad para desarrollar el drama psicológico hasta profundidades insondables o la modernidad técnica de que hace gala en la mayor parte de su obra. No obstante, en una de sus novelas más conocidas, Santuario, su estilo recargado y plomizo sirve bien para contar la historia de una estudiante frívola y sus avatares en el viejo caserón, lleno de sórdidos personajes, donde va a parar gracias a la más estúpida de las casualidades. En torno a ella se teje, morosamente, una lenta intriga en la que pronto confluirán el asesinato y la violación. El ritmo exasperante de las frases de Faulkner representa el marco idóneo.
Georges Bataille
Mi madre, Ed. Tusquets, 1980
Extraña pieza narrativa, parcialmente disgregada, sin una finalización clara y pergeñada en un estilo abocetado, en el que abundan las contradicciones, los cambios inexplicables de tiempos verbales y demás irregularidades, Mi madre no deja de ser un librito delicioso y todo un catalizador de lo que podríamos denominar la esencia Bataille. En origen perteneciente a una serie de cuatro libros ideados en prolongación de Madame Edwarda, la novela narra el paulatino e inexorable proceso de corrupción de un adolescente a manos de su madre, una femme que encarna en ocasiones un estadio abismal casi sublime. Se trata de una obra destacada, ya que en ella, al igual que en Historia del Ojo, Bataille nos revela la plenitud de un autor verdaderamente subversivo, en tanto que catalizador de excesos y situaciones extremas que abocan al lector a avistar el reflejo prismático del más puro delirio.
Recomendaciones literarias de J. F. Pastor Páris.
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