jueves, 15 de octubre de 2009

ENTREVISTA 1


GERMÁN GÓMEZ


Las restricciones que nos impone la sociedad hacen que todos en algún momento nos hayamos sentido fuera de lugar. A través de su obra, Germán Gómez indaga sobre los temas del rechazo y la identidad. Su trabajo, imposible de clasificar por único y sorprendente, está lleno de matices tanto plásticos como conceptuales. El Premio Nacional de Fotografía Injuve 2001, su presencia como representante español en la Bienal de Alejandría de 2007 o el premio revelación de PhotoEspaña 2008, son tan sólo los primeros reconocimientos a la labor de un creador con mucho futuro.




Jennifer Calles- ¿Por qué elegiste la fotografía como principal medio de expresión?
Germán Gómez- Todo empezó porque en la facultad de Bellas Artes tuve de profesora a Cristina García Rodero. Era apasionante oírle hablar sobre lo que la fotografía significaba en su vida. Eso me cautivó absolutamente.
Mi primer proyecto se desarrolló durante nueve años en los que fui haciendo fotos a los chavales de un colegio de educación especial donde yo trabajaba como profesor. Cristina me animaba a que fotografiase lo que formaba parte de mi vida y me importaba.
Si he de elegir dos asignaturas de la facultad serían fotografía y dibujo. Son las que realmente me tocaron. Por eso, lo que hago muy a menudo es unir esos dos lenguajes. La imagen fotográfica me gusta porque es cotidiana, pero también directa e íntima. Y después está la manipulación de la fotografía, donde desarrollo toda esa parte del dibujo mediante la costura, la cicatriz.

- ¿No sería justo entonces definirte simplemente como un fotógrafo?
- Yo entiendo la obra como un proceso plástico. Me da lo mismo tener que romper una foto, meterle una línea o coserle algo. Muchas veces me clasifican como fotógrafo, pero yo no me siento como un fotógrafo ortodoxo. Tampoco es que me sienta nada, intento ser creador plástico y me da igual la técnica.

- ¿Cuándo utilizas el collage por primera vez y con qué propósito?
- En la serie “Compuestos”. Mi abuela era modista, con lo que siempre me crié con ese ruido de la máquina de coser. Un día, en el taller de una amiga mía diseñadora, se me ocurrió probar con su máquina y ver cómo funcionaría el resultado de coser unas fotografías que tenía. La verdad es que el resultado me encantó y ahí empezó todo, en el 2004. Luego he seguido usando esta técnica porque me seduce mucho la intervención directa en la obra. Todo el proceso del collage son trozos de fotos rasgadas, y esa rotura también me interesa. Además, la unión de pedazos está íntimamente relacionada con un tema constante en mi obra como es el de la identidad. Funciona muy bien, es decir, si yo rasgo el fragmento del rostro de una persona y lo uno a otro mediante esa cicatriz que es la costura, creo que funciona conceptualmente.
En seguida me gustó mucho la intervención de la rotura, con el cúter, como si dibujases con el corte, con la fractura. Y con todo el riesgo que eso supone.
El momento de tomar las fotografías es muy seductor y apasionante. Pero luego llega el momento de la creación, de la deconstrucción de la obra. Todo el proceso de postproducción de la obra, cuando ya no hay modelos y estoy yo sólo con la máquina y el papel, también es de una tensión muy motivadora.


- Desde tu serie “Compuestos” (2004) hasta la más actual “Condenados” (2008) pareces hacer tangible, literalmente, la frase del antropólogo francés Marc Augé: “No hay identidad sin la presencia de los otros. No hay identidad sin alteridad”.
- Yo siempre digo que mi obra es autorretrato. Nunca es mi rostro el que sale, pero siempre es el reflejo de mis sentimientos. ¿Qué más da que se parezca o no a mí? Lo que intento es contar mi vida a través de esos rostros, de esas personas que me conocen mucho y que son con las que voy formándome y creciendo.

- ¿Siempre fotografías conocidos, amigos?
- Siempre. En casos concretos, como “Fichados/Tatuados”, hay un total de cincuenta modelos de los que algunos no son tan íntimos como los veinte a los que fotografío siempre y que saben perfectamente de qué va mi obra. Pero siempre son personas que de algún modo me conocen. Me gusta mucho que ninguno sea profesional del tema a la hora de ponerse frente a la cámara. Las primeras veces, la persona tiene cierto miedo que se refleja en su mirada. Algo muy bello y que jamás puede darse en la pose. Pero después, esa ingenuidad, se va transformando en una complicidad conmigo. De alguna manera termino haciéndoles vivir mis propias inquietudes y enfrentarse a mis mismos miedos.

- Comenzaste “Condenados” gracias a la beca de Roma. ¿El hecho de permanecer allí fue lo que hizo que la influencia de Miguel Ángel se haga tan patente en la serie?
- Sí claro. Miguel Ángel siempre me pareció una figura rotunda. Leí su vida, sus poemas, sus cartas, todo lo que tenía relación con él. Y empecé a pensar en “Condenados”. Era absurdo, e imposible, intentar hacer una obra idéntica a la suya, de modo que traspasé el tema de los condenados del Juicio Final a los condenados actuales, las personas rechazadas hoy por cuestiones sociales, sexuales, religiosas, por enfermedad(…)…

- ¿Son tus referencias por tanto más pictóricas que fotográficas?
- Sinceramente sí. En la fotografía hay temas que me resultan muy lejanos y fríos. Sin embargo, en la pintura hay muchas cosas que empatizan conmigo y que llevo interiorizadas incluso desde la infancia.

- Reconoces que toda tu obra es un autorretrato y sin embargo, la discriminación y rechazo de la sociedad hacia aquellas personas diferentes por su físico, pensamiento o condición sexual es un tema latente en tus fotografías. ¿Crees entonces posible el arte que aúne crítica e introspección?
- De hecho son cosas que no puedo separar, porque en mi obra hablo de lo que me duele, me apasiona o me toca de cerca. Si en algún momento te has sentido rechazado o has tenido especial relación con el tema de la educación especial, todo eso termina saliendo. Por ejemplo, si vives en Roma, el tema de la Iglesia no puedes dejar de tocarlo. Así, las obras más importantes que hice allí son “Condenados”, con toda esa influencia que comentábamos de Miguel Ángel y su Juicio Final, y “León XIII”. Hay dos cosas en Roma que son imposibles de ignorar: la Iglesia y el turismo.

- En parte de tu obra el concepto de masculinidad traspasa las normas que la sociedad impone al hombre. Por ejemplo en “Igualito que su madre” (2003) donde los retratados están travestidos.
- Esa serie es muy ambigua. La motivación realmente era la del concepto del maltrato a la mujer. Un hijo, que ve sufrir muchísimo a su madre, decide hacerse pasar por ella para sobrellevar su dolor. Así, en la sesión fotográfica, los chicos venían con una foto de su madre y yo les pintaba y peinaba para que se pareciesen lo más posible a ella. Pero, al no contar esto y llamar a la serie “Igualito que su madre” se genera una ambigüedad sexual. En realidad es un trabajo que no tiene nada que ver con el travestismo en sí, pero me gusta que se cree esa confusión. Me da un poco igual que cada uno lo interprete como quiera. La serie en la que trabajo ahora, “Padres e hijos” no tiene ninguna connotación sexual, pero a lo mejor hay gente que incluso se la ve. Está bien que la obra tenga diversas interpretaciones posibles, cuantas más mejor. Pero la sexualidad que suele achacarse a mi obra, sinceramente, no es intencionada.

- El proceso de idear la obra, ¿te lleva mucho tiempo?
- Lo que más, años. Con “Padres e hijos” llevo escribiendo sobre el tema desde el 2006. Analizando qué sentimientos produce en mí la relación con mi padre y cómo se resolverá luego eso plásticamente. Yo escribo con bastante frecuencia sobre las cosas que me ocurren o me preocupan. Después de darle vueltas y hacer una síntesis de lo más coherente o importante del tema, entonces ya busco una solución plástica. “Fichados/Tatuados” me llevó dos años y “Condenados” otros dos. De hecho, acabo de terminar cuatro piezas de esta última serie que se van a exponer ahora en Bogotá. Como mínimo estoy dos años con cada obra. Y con algunas más, como con “Padres e hijos”.

- Cuando ya has reflexionado el tema y llegas al momento de la práctica, ¿tienes claro lo qué va a salir de allí o la técnica te sorprende?
- Al principio lo medía absolutamente todo. En los primeros “Compuestos” hacía un boceto y cortaba a escala con cuchilla. Pero en el momento en el que empiezo a dibujar más en la obra o a rasgar el papel, desaparece ese control. En el momento de cortar y coser hay un riesgo muy emocionante para mí y que cada vez está menos medido, supongo que porque cada vez me siento más a gusto y seguro con la técnica.

- ¿Qué factores crees que son los que más influyen a la hora de que uno pueda labrarse una buena carrera artística?
- El que más, el trabajo. Ser constante, moverse, pedir becas, presentarse a premios… Solo teniendo obra producida se consigue algo. Yo he trabajado de muchas cosas, como maestro, guía turístico…pero siempre con la finalidad de crear. Supongo que esa obsesión también te hace dejar muchas cosas atrás, pero tienes que arriesgarte y trabajar. Las cosas luego pueden salir bien o mal, pero primero hay que intentarlo para saber que, pase lo que pase, has hecho todo lo posible.


Entrevista por Jennifer Calles.

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