martes, 15 de diciembre de 2009

RELATOCROMÁTICO

Cuando te miran, ¿por qué te miran?


Se ha quedado dormida entre las cajas…
Le molesta el cuello otra vez. Esta tarde el médico le ha inyectado tres mililitros de anestesia local en los puntos más críticos de los músculos del cuello. Ayuda un poco pero, como todos, es un tratamiento a largo plazo y sin garantías. Es una sensación desagradable: primero el pinchazo, por la espalda y en un lugar tan desacostumbrado. Luego sentir el líquido entrando, presionando contra los músculos, abriéndose hueco donde no lo hay. Por suerte el procedimiento es rápido y no tiene muchos efectos secundarios. Los relajantes musculares anulan las voluntades y él quiere seguir atento, especialmente ahora.
Se ha quedado dormida entre las cajas de la mudanza. Su vecina de enfrente. La estrechez de la calle y la cercanía de las ventanas de los bloques en los que viven le recuerda a ese pasaje de Rayuela en el que Talita queda atrapada en las alturas, sentada en medio del tablón, pasillo improvisado entre su salón y la casa de Oliveira, dudando, desesperando, bloqueada. Su vecina siempre le hace soñar.
Se enciende otro cigarro y continúa observándola. Lo hace desde hace tiempo, desde que ella llegó, en realidad. Sabe que fue en verano. Lo recuerda porque la alocada nueva vecina tuvo que dejar las ventanas abiertas durante días hasta que se secó el rojo estridente con el que se le había ocurrido pintar dos de las paredes de su salón. A él, aquel rojo le pareció de un gusto pésimo, y sin embargo lo enterneció y lo llenó de curiosidad por ella. Durante aquellos días de ventanas abiertas y bochorno espantoso la observó trajinar sin descanso. La música siempre algo más alta de lo debido, la ropa siempre más escasa de lo apropiado; bailando de acá para allá, desempaquetando, ordenando, hasta que aquel piso vacío se convirtió en un hogar de verdad. Hasta ahora no sabía exactamente qué lo atraía cada día hasta esa ventana, qué lo obligaba a observarla, ni qué había en ella que le daba tanta paz, pero era eso, la sensación de hogar. Ella, su vecina, había sido capaz de crear un hogar y de extenderlo hasta la casa de enfrente. Ella había colocado el tablón y a él le estaba autorizado transitarlo.
Estos último días, solo como siempre y sintiéndose más achacoso que nunca, ha asistido al proceso contrario, a los preparativos de la partida. Desde la misma ventana y en la misma posición ha ido reviviendo la música y los bailes y, como si de una película proyectada hacia atrás se tratara, ha visto como las cosas regresaban a sus cajas y las paredes del salón se volvían blancas de nuevo.
Se pregunta si el proceso seguirá hasta el final, si al volver las cosas a su estado original, las paredes a ser blancas, las cajas al camión de la mudanza, el camión a la carretera, etc. desaparecerán también de él las huellas que ella, sin saberlo, ha ido dejando. Se ríe, claro que no, pero estaría bien. Todo lo humano sigue hacia delante y lo que queda detrás puede ser ignorado, ocultado, falseado, extrañado o recordado, pero no se puede borrar. Siempre le encantó la metáfora del camino, pero ¿y el dolor? El dolor del alma también hace más humano ¿no?, así que a lo mejor ese es el último regalo que ella le tiene, su vecina, irse y hacérselo sentir para que sentir el dolor le haga sentirse también más vivo, menos achacoso, menos solo.

Relato de Beatriz Talaván

basado en la obra de Esther Mañas.

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