miércoles, 3 de junio de 2009

RELATOFOTOGRÁFICO



TIENE UNA SOMBRA EL TIPO



Soy un hombre ordenado, previsor. No soporto el caos ni el desorden. Vivo solo desde hace años; nunca encontré a la mujer ideal y no me esfuerzo en buscarla. Antes ellas entraban y salían de mi vida, pero descubrí que desordenaban mi rutina, robaban mi tiempo y me exigían una dedicación que no estaba dispuesto a darles. Lo mismo me sucede con el resto de las personas, la mayoría son útiles durante una temporada, pero en seguida se convierten en inconvenientes. La amistad, el amor, todas esas formas de dependencia que los seres humanos hemos creado, me parecen un lastre.

Quizás alguno podría pensar que mi trabajo es mi pasión, no es cierto. No me disgusta mi profesión y soy eficaz. Nunca tuve un jefe que no estuviera contento conmigo, pero no soy un hombre de grandes pasiones. Mi éxito relativo me permite no pensar en el dinero como una carga y mi tiempo libre lo dedico a mantenerme en forma. Opino que el cuerpo es el reflejo del alma, de modo que el mío ha de estar en las mismas condiciones que mi mente, ha de ser lúcido y ordenado. Invierto mucho tiempo en mi aspecto y me asquea la gente que no lo hace. Nunca comprenderé el abandono al que se someten algunos, ¿cómo puede una persona comer hasta convertirse en un ser orondo y repugnante; salir a la calle con la ropa sucia o rota; dejar de afeitarse o perder las formas llorando a gritos en público? No lo entiendo.

Mi casa es mi templo, en ella me refugio del caos de la humanidad, de los gritos de los otros, de sus frustraciones, de su prisa, de sus pasiones y de su inoperancia. Mi casa es un lugar de espacios amplios, se encuentra en el piso dieciséis de un edificio nuevo de una gran ciudad. El salón es la habitación más grande y dónde más tiempo paso, dos de sus paredes son ventanales descubiertos; el edificio es alto y no hay necesidad de cortinas. Mi casa es hermética y silenciosa, confortable, mía. Me gusta observar a través de los cristales el correr de los otros; intuir su ruido sin oírlo; adivinar sus pasiones. Aquí arriba todo tiene su lugar, incluso yo, pero que nadie se equivoque pensando que mi casa no es bella, lo es. Disfruto del placer estético que brindan el arte y las cosas hermosas, pero no de aquellas cuyo comportamiento pueda resultar impredecible o frustrante, léase aquí “seres vivos”, animales, plantas u otras personas. No suelo invitar a nadie a mi casa.


He intentado aclarar rápidamente lo que soy, o lo que era, para que aquel que lea esto entienda el desconcierto con el que en este momento escribo. En el bote de los lápices acaba de crecer una cala blanca, pura y hermosa, si me hablara o me enamorara de ella pensando que es única, hoy, tendría que aceptarlo.

Debo decir que hasta esta misma mañana yo no había producido ni una sola línea que pudiera definirse como creación, hoy siento un impulso que me obliga a hacerlo, que me obliga a ignorar lo que sucede a mi alrededor y me mantiene sujeto a esta mesa y a esta idea de explicarme. No me he duchado, no me he vestido… da igual.

Empezó hace poco más de un par de meses… Algo se ha ido apoderando de mi espacio y ya me tiene a mí también. La primera vez no le di la importancia que merecía, ¿cómo iba yo a saber?: había terminado de comer y al ir a recoger la mesa me pareció que la cuchara proyectaba una sombra que no era la suya. Al pestañear la visión había desaparecido. Creí haberlo olvidado, pero esas sombras extrañas han seguido repitiéndose en mis sueños e intranquilizando mis días: mesas que proyectan sillas alargadas, sillas que proyectan árboles enanos… Días después derramé en la cocina un vaso de agua, no me suelen, no me solían, ocurrir estas cosas y me sentí molesto. Cuando volví con la fregona, el agua se había reordenado en gotas pequeñas y regulares que seguían, haciéndome burla, las líneas de los azulejos… Pensé que alucinaba, que algo me había sentado mal, ¿las vitaminas?, dejé de tomarlas. Durante algunas semanas más, ¿dos, tres?, las cosas permanecieron en su lugar hasta que… hasta que al morder una manzana esta se abrió como cortada por un cuchillo y en su interior, si es que alguien me cree, empezó a perfilarse sobre la superficie una perfecta y fresquísima hoja de hiedra; horrorizado deje caer la manzana y huí de mi casa. He pasado varios días fuera, no sé cuantos. Anoche regresé tarde y me metí en la cama sin pensar, sin revisar nada, sin encender las luces. Esta mañana el sol me ha despertado en el sofá, sobre la mesa, a la altura de mis ojos, la ironía de dos cerezas en equilibrio en la pequeña balanza que mi jefe me regaló en una cena de negocios el invierno pasado, un símbolo de la mesura y sensatez de mis actos y juicios…He sonreído al verlas, como un acto reflejo, y luego, luego me he sentado a escribir junto a un café negro y algunos cigarrillos que he encontrado en un cajón.

Beatriz Talaván

No hay comentarios:

Publicar un comentario