lunes, 6 de abril de 2009

LITERATURA: Relatocromático



Soñando Luces y Sombras




No lo recuerdo exactamente, pero creo que debió ser el día decimoctavo del viaje. Había pasado una noche terrible. El calor, el caos, la lluvia, la humedad… Llegamos a Agra el día anterior, pero el cansancio y, quien sabe, si el destino, habían hecho que desistiéramos de salir de aquel “hotel”.

Como estaba convaleciente, me tocaba guardar cama. La terraza, en la que se encontraba nuestro cuarto, siempre estaba llena de gente, pero era Titlin, el dueño del lugar, el personaje que destacaba sobre todos. Tapada hasta las cejas, intentando ni si quiera pensar, oía como no paraba de incordiar, en ese inglés que ni él mismo entendía. ¿Qué querrá ese hombre?¡Qué paciencia la de Carmen y Sandra! Además de tener que hacer de enfermeras, cada vez que asomaban la cabeza, allí estaba él incordiando. Estoy segura de que en algún momento pensaron que mejor enfrentarse a los monos “roba saleros”, que seguir aguantando al pesado de nuestro anfitrión.

Cuando por fin me quedé sola, abrí las cortinas que había detrás de la cama redonda en la que dormitaba (puede resultar sugerente, pero nada más lejos de la realidad). Casi cegada por la claridad, miré a través de los cristales y allí estaba… Allí estaba desde hacía siglos, pero para mi no eran más de dos días… Dos días en los que esa mole de mármol me había parecido inalcanzable. Supongo que la misma sensación debió tener el emperador Sha Jahan, cuando su hijo le apartó del trono y lo encerró en el Lal Qila (el Fuerte Rojo de Agra): paso a paso seguía la construcción de su obra, de la última promesa a su amada, aunque sólo en la muerte podría llegar a “sentirla” de nuevo…

Cada vez que me despertaba, cuando el sopor de la fiebre me abandonaba un instante, miraba por la ventana… La una, las tres, las seis, las doce… Por la noche, una simple forma recortada en la oscuridad, por el día, una señal resplandeciente a los pies del Yamuna… Entrar en el recinto, pasar la penumbra de la gran puerta y enfilar el pasillo de agua que conducía al mausoleo y finalmente allí... Me reí maliciosamente y el embrujo se rompió por un momento, ¡me pareció pequeño y algo desproporcionado!, pero ese brillo del mármol era hipnotizante. El restallante color blanco, los minaretes, la línea bulbosa de las cúpulas coronadas por el yamur, las filigranas vegetales que adornaban delicadamente cada rincón del edificio, aquel paraíso del que habla el Corán… Y en la espalda del edificio, en el río, surgía su reflejo majestuoso. ¿Es que empezaba a ver doble? ¿Cuál sería el verdadero Taj Mahal? ¿El que podía tocar, por el que podía pasear, o el que se desvanecía dependiendo de la luz? Todo resultaba confuso, pues parecía que el mito de Narciso, había dado un giro nuevo: aquel “ser” pétreo, admiraba su belleza en el espejo que le ofrecía el río, pero cuando un extraño quedaba totalmente prendado, él mismo se encargaba de rechazarlo y ordenar al sol que ocultara su reflejo, pues sólo él mismo podría disfrutar del espectáculo…

Pero una vez más todo imaginando. Allí seguía, sola, abrazada a aquella almohada con forma de caramelo, que momentos después nos “salvaría” de acabar ahogadas por el monzón. Decidí volver a dormirme. Quizá si dejaba de fantasear y descansaba un poco... Puse el despertador prometiéndome a mi misma que, después, todo sería mejor. No sé cuanto tiempo pasó. Sólo recuerdo aquel sonido que me devolvió a la realidad… Ding, dong, ding… Próxima estación: Avenida de América, correspondencia con…

Mª Carmen Flores.

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