viernes, 10 de abril de 2009

CINE: Ensayo



La Nouvelle Vague
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consideraciones sobre lo efímero


Poco o nada se puede decir sobre la Nouvelle Vague francesa que no se haya dicho ya de una forma u otra. No obstante, siempre resulta interesante volver sobre ciertos temas con el paso del tiempo, ya que, vistas las cosas con la asepsia que producen los años, el juicio crítico de uno se vuelve más frío y objetivo. En el caso de un movimiento cinematográfico de la importancia de la Nouvelle Vague, las viejas y grandes películas vistas en la primera juventud cobran nuevos matices y detalles, mientras que asimismo resulta mucho más sencillo, dentro de los filmes sobrevalorados o esclavos del momento, separar el grano de la paja.

Como todos sabemos, la Nouvelle Vague nace como la virulenta reacción de un grupo de cinéfilos exaltados, dentro de la intelectualidad parisina de mediados del siglo pasado, frente al conformismo estático del cine francés de los primeros años 50. Dentro de la revista Cahiers du Cinemá, fue donde velaron armas hombres como François Truffaut, Jean Luc Godard, Claude Chabrol, Alain Resnais o el mismo Jacques Rivette, quizá el realizador más representativo de entre todos ellos. Es hacia 1959 cuando, coincidentes al festival de Cannes, surgen tres obras que, a su manera, no es arriesgado considerar como los tres puntales básicos del cine moderno; me refiero, obviamente, a Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, 1959) de Truffaut, Al final de la escapada (À bout de soufflé, 1960), de Godard, e Hirosima mon amour (1959), de Resnais. Con ellas se da lugar, en el ámbito cinematográfico, a un fenómeno de similar importancia, dentro de las posibles catarsis, al llevado a cabo por el psicoanálisis dentro de la literatura. Todo lo referente al cine independiente que conocemos, la propia mitomanía, cinefilia desatada como elemento de carácter propio, las mismas bases en la revolución del lenguaje cinematográfico que Godard sienta de un fácil volantazo, todo ello se lo debemos los aficionados a ese grupo de insurgentes cineastas, esos “jóvenes turcos” del cine francés.



Pese a todo lo dicho, cuando se analizan las cosas con frialdad y se hace un pequeño inventario de las películas visionadas de manera inmisericorde durante los últimos años, al margen de las consideraciones del momento, de la innegable importancia que hayan podido tener o no en el crecimiento del cine moderno como podemos entenderlo en estas épocas tenebrosas, hay pocas entre ellas que en verdad gocen del estadio de grandes filmes inmortales. Quizá no sea culpa suya. Quizá la culpa es mía en cuanto al concepto de cine que puedo entender, de cine o de cualquier otra manifestación artística similar, sobre la que no me interesa mucho colocar la lupa de las circunstancias o establecer juicios de valor a tenor de las posibles lecturas políticas, sociales o psicologistas de una época u otra. Es tan solo abstrayendo de su contexto ciertas obras sobre las que ha transcurrido la pátina del tiempo cuando se puede objetivizar su verdadero valor, al margen de esclavitudes varias o intencionalidades difusas.

Y lo cierto es que, si concibes el cine como entretenimiento, tal es mi caso, hay muchas películas de la Nouvelle Vague que ya no se sostienen por si solas.

Contemplemos, en simple afán ponderativo, auténticas obras maestras como el ciclo iniciado por Truffaut en Los cuatrocientos golpes, siguiendo el crecimiento de un personaje, Antoine Doinel (Jean Pierre Leaud), en una evolución biográfica que implica el crecimiento (y envejecimiento) de un personaje a la par que de su actor, a lo largo de 20 años y cinco filmes ( Baisers volès, 1968 , Domicile conjugal, 1970, etc) que finalizan con Amor en fuga (L`Amour en fuite, 1979), y demuestran una visión narrativa y una construcción fílmica fuera de lo común. Comparemos este enfoque moderno, revolucionario e inmortal con la película que, a decir de algunos críticos de remarcable iniquidad, supuso la definitiva consagración de Alain Resnais, la infumable El año pasado en Marienbad (L´Anée dernière à Marienbad, 1961), Si en Hiroshima mon amour el realizador había contado con la inestimable ayuda del guión de Marguerite Duras y el significativo apuntalamiento en la puesta en escena que suponía la suave sensualidad de Emmanuelle Riva, en esta nueva incursión no tendrá tanta suerte. En efecto, si con Hiroshima… Resnais consigue firmar una película plenamente moderna, con El año pasado en Marienbad se encierra en un bucle narrativo pretendidamente vanguardista, una trama confusa cuya madeja pedante y prepotente quiere hacer tragar en aras del lirismo del montaje y lo alucinatorio de los personajes, de mero cartón piedra todos ellos. Los críticos que, embelesados por la parafernalia intelectualoide que anega el filme, llegaron a ensalzar sus virtudes literarias hasta el punto de encontrar concomitancias con La invención de Morel, de Bioy, hiceron un flaco favor al confiado espectador…

Lo dicho, el grano de la paja.

J.F. Pastor Pàris

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