miércoles, 6 de mayo de 2009

LITERATURA: Librería



El quimérico inquilino
Roland Topor

Ed. Valdemar, 2009



Que el movimiento surrealista, en el ámbito literario, nunca dejó de suponer más que una acogedora guarida para toda suerte de perniciosos mediocres, sin apenas talento salvo para soltar previsibles disparates, es algo que debería ser sabido por todo aquel con un mínimo de capacidad crítica. No obstante, como en todo, hay excepciones remarcables. El famoso Grupo Pánico, auspiciado por Arrabal, Jodorowsky, y Roland Topor no es exactamente una de ellas. Sin embargo, bajo el ala de esta suerte de excrecencia surrealista y en aras de la pluma de Topor, judío polaco asimilado y avieso, hubo de surgir una novela más que notable. El quimerico inquilino, llevada al cine con bastante fortuna por Polansky en 1976, es un relato pútrido e inquietante, una auténtica bajada a los infiernos de la destrucción psiquíca, una ecología de la paranoia y la pesadilla. Una história de terror que, a medida que progresa en su desarrollo, se desliza por la mente del lector como un resbaladizo insecto por las sábanas de un lecho a medio hacer. Muy recomendable.


Mashenka
Vladimir Nabokov

Ed. Anagrama, 1994



Es muy sabido que una de las tentaciones a que se enfrenta el escritor novel, además de otras menos confesables y más onanísticas, es la de revelar parte de su intimidad mediante el viejo concepto de representarse a si mismo en su obra. ¿Se trata quizá de una forma de librarse de el lastre que supone su propio ser, de catalizarse antes de enfrentar empresas de mayor envergadura? No tengo ni idea. Es cierto, empero, que es algo a lo que el gran Vladimir Nabokov se acoge en este su primer libro. Uno de los tres o cuatro escritores más grandes del siglo pasado, Nabokov no tiende a registrar apenas tópicos que puedan adscribir otros narradores, sin embargo, en Mashenka, bajo el prisma de la búsqueda del amor pasado, la nostalgia de Rusia que asedia al joven exiliado Ganin, el autor nos habla, en prístino decálogo, de su propia realidad del pasado personal. Todo ello, huelga decirlo, hilvanado por la espléndida prosa y la fina ironía a que nos tiene acostumbrados. Una obra menor, pero decir eso de Nabokov, en el plano de la literatura contemporánea, ya es decir mucho.


Elric de Melniboné
Michael Moorcock
Ed. Edhasa, 2006



La fantasía épica se basa, como subgénero literario, en una serie de puntos o entronques temáticos deudores del hacer de autores como J.R.R. Tolkien o Úrsula K. LeGuin, en general maniqueísmos referentes al combate entre el Bien y el Mal, con la ineluctable victoria del primero tras sucesivos avatares. Michael Moorcock, escritor curioso, creador lisérgico e inquietantemente prolífico, revoluciona todo esto con su serie de fantasía más famosa, la saga del príncipe albino Elric. En ella desarrolla un fuerte concepto de ambigüedad moral, privando al género de cierto candor virginal e introduciendo la figura del antihéroe marcado por las fuerzas del destino. Mero peón en los cambiantes vientos del orden y el caos, Elric es el último vástago de una raza cruel y prehumana, castigado por los remordimientos y dueño a la par que esclavo de una espada inolvidable, Stormbringer… Se trata, sin duda, de la serie de fantasía heroica más influyente surgida en la década de los 70`.


La otra parte
Alfred Kubin

Ed. Siruela, 1988



Conocido ante todo por su obra plástica como pintor y grabador, próximo a la estética expresionista, Alfred Kubin hubo de contribuir a las letras germanas con una novela, tormentosa e inclasificable, llamada desde siempre a convertirse en el gran legado literario de un artista visonario. Tenebrosa parábola, impregnada de tintes distópicos, sobre el poder absoluto y sus manifestaciones alucinatorias y opresivas sobre la mente humana, La otra parte narra la historia de la ciudad de Perla, extraño y onírico lugar gobernado por Klaus Patera, suerte de demiurgo misterioso y ubicuo, en su progresiva transición bajo un vórtice de degradación y muerte. Mediante un desarrollo narrativo marcado por la decadencia carnavalesca, la dulce putrefacción del espíritu humano, el final acomete suave e inapelable. Influida por resabios de la obra de Gustav Meyrink y precedente tal vez de El castillo de Kafka, La otra parte es un libro imprescindible.

J.F. Pastor Pàris.

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