lunes, 9 de marzo de 2009

CINE: Crítica


EL LUCHADOR. Darren Aronofsky.


El gran perdedor de los Oscars ha sido Mickey Rourke. Primero, porque 4 días antes de la ceremonia se murió su chihuahua Loki; y segundo porque Sean Penn le levantó el premio. El mismo premio que todo el mundo le había augurado por El Luchador. ¿Es justo este no-reconocimiento? Yo creo que sí. Y no porque la interpretación de Rourke no sea buena, sino porque El Luchador es un ejercicio de autocompasión, y como tal ha de inspirarnos una lástima insobornable. No olvidemos que Darren Aronofsky, el director, ha filmado esta peli después de estrellarse con La fuente de la vida. Tanto él, como Rourke, como Randy “The Ram” o como el mismísimo Loki, son perros heridos. Y lo que esperan de nosotros es que sintamos placer al decir: “pobrecitos”.

Rfa.

EL DESAFÍO: Frost contra Nixon. Ron Howard.


Uno de los logros más difíciles de conseguir en cine es que un personaje parezca listo. Lo más habitual cuando un director se empeña en crear a un tipo con cerebro es que al final le salga rana: o listillo, o repelente. Por eso el principal motivo de regocijo de El Desafío: Frost contra Nixon, es que por primera vez asistimos a la puesta en escena de una inteligencia verosímil y robusta, sin rastro de afectación. La película reconstruye la histórica entrevista entre David Frost, un vivalavirgen televisivo, y el recién caído Richard Nixon. Pero, en realidad, el verdadero espectáculo está en ver con que maestría está escrita y filmada la inteligencia de Nixon, maravillosamente interpretado por Frank Langella.

Rfa.


YAKUZA. Sydney Pollack.


Dada la ingente cantidad de basura cinematográfica con que nos obsequian las grandes salas, no resulta un acto vano para la higiene mental del espectador el frecuentar el cine Doré de la Filmoteca Española. En este febrero hemos asistido, dentro de los homenajes a Sydney Pollack, a la proyección de uno de sus mejores filmes: Yakuza (1975). Creador competente pero irregular, Pollack teje en esta película una ejemplar historia sobre la mafia japonesa y sus códigos de honor, encauzada bajo un magistral ritmo narrativo en el que se hilvanan reflexiones sobre el pasado, la venganza, el compromiso y el amor mortecino. Un Robert Michum crepuscular y el sobrio japonés Takakura Ken, marcan la que es, con permiso de Jeremiah Johnson (1975), el filme más perdurable de Sydney Pollack.

Pastor.

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