lunes, 5 de enero de 2009

Susana García Flórez

DIONISIO RODRÍGUEZ, MILLÁN
¿Artista o artesano?

Sótano del Museo del Prado. Zona de la puerta de Murillo abandonada a los pocos espectadores que logran encontrarla, guarda un tesoro, el Tesoro del Delfín. Flanqueas la puerta acorazada y bajas los escalones. A mano izquierda unas vitrinas. Trabajo con piedras duras, emulan vistas de paisajes bucólicos. Entre obras llenas de historias, iconografía y mensaje, el espectador concienciado y sensible sucumbe ante estas exquisitas manifestaciones que apelan a algo que la mayoría compartimos; el placer que experimentamos ante las cosas bellas. Sencillamente hermosas, que nos recuerdan las manos prodigiosas que convivieron entre nuestros antepasados y que conviven hoy en día. El ser humano capaz de manipular la naturaleza y encerrarla en objetos lujosos que nos alegran el sentido que más usamos en este siglo, el de la vista.

Dionisio Rodríguez (Casas de Millán) reflexionó un día sobre el valor de los materiales que nos acompañaban día a día y decidió descontextualizarlos para crear algo novedoso. La base está también en la piedra, pero no se trata de mesas palaciegas aunque sí de vistas idílicas y paisajes reconocibles.

Nos enfrentamos a un fenómeno que se ha ido fraguando a lo largo del tiempo, y que hunde sus raíces en el siglo XVIII. Por una parte, la creación consciente de Millán (nombre artístico de nuestro protagonista) y por otra, la democratización y difusión del arte que ha provocado el surgimiento de nuevos artistas. Esto se constata en la figura del pintor Millán. ¿Pintor? Sí, porque usa diferentes materiales pero al final es la pintura la que da el manto de homogeneidad a su obra.

Antes de trasladar su actividad a Barcelona, ya había realizado incursiones en el mundo de la pintura. Pero como no podía ser menos fue al llegar a esta ciudad abierta al mar y a las nuevas ideas donde encontró la inspiración para seguir con esa pulsación que latía en su mente. En una fábrica una máquina devastaba la piedra, y fue en ese momento en el que Millán decidió adaptar la fría técnica de la industria a sus manos artesanas.

Paisajes de muy diferente tipo, aquello que Millán almacenaba en su cabeza debía salir, pero no podía ser de cualquier forma. No era un mero artesano que desease crear un recuerdo fuera de lo común, buscaba algo, ser original.

Una enciclopedia de arte y los consejos de un doctor artista también, le llevaron a indagar sobre las posibilidades de esta técnica. Emprendió una nueva fase en su proyecto. Luego llegaron los libros sobre la perspectiva y color, libros al alcance de muchos pero que son desaprovechados. Millán, se denomina como autodidacta, pero tal posición no sería posible sin el proceso previo, algo de lo que hablamos en la introducción y que tiene que ver con la democratización del arte.

Pero antes de seguir con lo que es la técnica en sí y su evolución me gustaría que reflexionemos sobre la intencionalidad, aquello que hace del arte, arte, y no un mero objeto. Ante la pregunta de qué es el arte, Millán contesta “El arte es como un acontecimiento rico y complejo de intensa vitalidad que ofrece tantas facetas como una piedra preciosa” Piedras…¿cuál fue la motivación?, la afirmación del artista es rotunda “Yo realizo estas obras para mí, porque disfruto con ellas. Si el público también disfruta, alcanzamos el segundo nivel”. Tras meses de trabajo minucioso es comprensible que Millán sienta su obra como algo muy personal y diferente. Puede dedicar a una de sus piezas hasta nueve meses. ¿Hemos perdido esto en el arte actual?Sus manifestaciones no plantean interrogantes, no suponen un reto intelectual, se complacen en sorprender y agradar de una forma sencilla.

Susana García Flórez.

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