domingo, 4 de enero de 2009

Pilo Gómez-Barquero

LA BELLEZA

Bajo un roble dormía Begoña. La tarde discurría en un otoño amable y, entre unas pocas nubes, el sol la despertó. Abrió sus ojos. La luz atravesaba las hojas del roble preñándolas de magia y Begoña, todavía amodorrada, en lugar de hojas vio un banco de peces ocres, amarillos y cristalinos que parecían caramelos. Entonces se ancló, inmóvil, sin atreverse siquiera a pestañear para no romper la inesperada sensación que irrumpía en su siesta campestre, aunque todavía no había decidido si era una visión real o el final de algún grato sueño.

El árbol agitó sus hojas acompañando un soplo de aire fresco y los peces se transformaron en barcas oscuras zarandeadas en un luminoso mar, cegador a contraluz. Begoña empezó a sospechar que estaba despierta, tumbada, mirando embobada a un árbol excéntrico que hacía cosas raras; ella realmente nunca se había detenido a observar con atención ningún árbol. Estaba abrigada, cómoda, no tenía prisa alguna; así que permaneció quieta y alerta, retando al árbol a continuar con nuevos espectáculos.

El árbol pareció aceptar el reto. Al poco surgieron de alguna parte tres ardillas revolviendo hojas y curvando ramas, disputándose una bellota, mientras que Begoña se creía en un circo viendo trapecistas rasgar el aire. Se disponía a aplaudir con los párpados para no distraer al árbol, pero éste aún no había terminado su actuación. Tras la batalla de las ardillas docenas de hojas se desprendieron y comenzaron a caer. Las hojas bailaban en zigzag y en espiral. Unas sacaban cadera cuando planeaban, otras destacaban la cintura al revolotear. Muchas estiraban brazos. Algunas parecían deslizarse y otras tropezar. Pero todas ellas, con su halo luminoso, hicieron que Begoña se planteara si eran hojas “santas” o “hadas”.

Permaneció ensimismada, abstraída en divagaciones, hasta que una bellota cayó en su rostro arrebatándola de su placer. Entonces se incorporó y el roble quedó en silencio. Ahora, de pie, se daba cuenta de que había gozado de una manera especial con sólo unas pocas hojas. Se había recreado con la versatilidad de formas de unas simples hojas, todas ellas iguales, pero cada una poseída por un baile propio. Las imágenes que había vivido bajo el roble nunca antes las había percibido, aunque en muchas ocasiones se había recostado debajo de árboles. En ese momento se preguntó si cada árbol tendría su propia colección de posturas fantásticas, y miró al tronco con afecto.

Con un peculiar impulso de agradecimiento hacia el roble, se levantó y rodeó el tronco con los brazos pero no llegó a culminar su abrazo; todavía quedaba una sorpresa más. En la corteza había grabada una inscripción que decía: “la belleza es gesto, la fealdad es gesto”.

Pilo Gómez-Barquero

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